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Concierto en La Pérgola: Ricardo Lezón y Josh Rouse

Foto del escritor: Redacció La FamRedacció La Fam

Román Casero. Castellón. 10/12/23.


Desde los bafles del escenario suenan sucesivamente El Madrileño de C.Tangana, temas de The Cure y algunas canciones de Franco Batiatto. Los músicos todavía no se han subido a la Pérgola para cantar. La gente va entrando paulatinamente al recinto mientras busca sitios soleados en los banquitos, pide sangrías y cervezas, y se cubre con sus chaquetas ante el irrefrenable viento que agita desde el mar hasta la zona del puerto, pasando por Veles e Vents y abarcando todo el espacio de La Marina. Ese viento mueve sin cesar los árboles y las palmeras que rodean el lugar, además de los carteles del patrocinador del evento, cerveza Alhambra. Los asistentes continúan entrando pero algunos bancos ya están ocupados; el césped se presenta como el mejor lugar para ver el concierto, que empezará en breves minutos. El ambiente que se respira es de una tranquilidad absoluta que se acompasa con la mañana del primer sábado de diciembre.


En medio de ese sosiego se vislumbra una figura subiendo al escenario de la Pérgola. Es Ricardo Lezón con un anorak verde militar, unas gafas de sol, una gorra y su inseparable guitarra. Una fotógrafa captura sin cesar cada paso que da hasta que conecta el instrumento al bafle y acerca su boca al micro. «Desde aquí arriba hace un frío que pela», afirma el cantante. El público situado en primera fila se ríe y asiente en un gesto de complicidad que, de alguna forma, rompe el hielo -que no el frío- del ambiente. Acto seguido se agrupan para concentrar su atención en el artista. El concierto empieza.


Los acordes de Lezón van en total sintonía con el tiempo que acompaña al momento: Un viento que ha pasado de ser frío a ser ligero, y un sol que va inundando con sus rayos todo el recinto. Las baladas que canta producen calma en la gente, que conecta con su música y con el espacio en el que están, pero también transmiten melancolía por el mensaje de sus letras. 


Entre el atento público que escucha a Lezón se aprecian personas de todas las edades: Hay ancianos, adultos, jóvenes y una gran cantidad de niños que revolotean, juegan y bailan por todo el espacio. El artista, llegado a cierto punto del concierto, empieza a interactuar con la amalgama de personas que tiene en su horizonte, afirmando que no se le da bien hablar con el público ni contarle historias, como hacen otros músicos. En cierto momento deja de acariciar las cuerdas de la guitarra y pregunta al público: ¿Os gusta?


Ricardo Lezón en su concierto en la Pérgola. Román Casero.


Al unísono se escucha un «¡Sí!» que retumba por los alrededores de la Pérgola. El concierto continúa y los espectadores se aprenden las canciones conforme Lezón las canta. Al principio tararean los temas y hacen sonidos que acompañaban a sus ritmos, pero finalmente terminan cantándolas más alto que el propio Lezón.


El artista empieza a hablar sobre la última canción que va a cantar. Al parecer trata sobre una historia de amor que le contaron hace tiempo y que le pidieron que no dijera a nadie. «¡Y yo hice una canción!», dice mientras se ríe y comienza a interpretarla. Al terminar, agradece al público su atención y afecto,  presenta a Josh Rouse  y abandona el escenario.


La Pérgola se queda vacía durante unos minutos y el público empieza a dispersarse a la espera de que el siguiente concierto empiece. El tiempo transita en un ambiente de diversión, bailes, conversaciones y bebida.


De pronto, la Pérgola se empieza a llenar de músicos que se colocan estratégicamente en los instrumentos que van a tocar. Son Josh Rouse y su banda al completo: Un tecladista, un batería, dos bajistas y el propio Rouse a la guitarra. Debutan su concierto de una forma diametralmente opuesta a la de Ricardo Lezón. El ambiente de tranquilidad y sosiego pasa a convertirse en un auténtico espectáculo de rock inglés que produce fanatismo en los espectadores, agrupados cada vez más hasta llenar por completo el recinto. La música de este grupo consigue aglutinar todo el aforo de la Pérgola, 800 personas.


La música de Rouse, lejos de ser pausada y melancólica como las baladas que llevaban una hora sonando en el escenario, es muy movida y activa. Los niños, adultos y ancianos bailan sin cesar unos con otros y se percibe una felicidad rebosante en el ambiente. 


El artista, sorprendido por la pasión que el público muestra, comienza a interactuar con él soltando algunas frases irónicas muy similares a las que Lezón dijo anteriormente. «Soy de Nebraska pero aquí me muero de frío», afirmó, consiguiendo así la carcajada de un público que se sorprendió al escucharle hablar en español. Las notas siguen sonando y llegado cierto punto del concierto, Rouse decide presentar a cada miembro de la banda recibiendo sus respectivos aplausos cada uno de ellos.


Josh Rouse y su banda finalizando el concierto. Román Casero.


En ese ambiente de festividad tan familiar y de tanta complicidad inesperada, Rouse delega los coros no sólo en los bajistas, sino también en la gente que le escucha, quienes dan más ritmo aún si cabe al concierto acompañándolo de palmadas.


Conforme se anima el espectáculo, aumenta la interacción con el público, como si todos formaran finalmente parte del mismo. La única asignatura pendiente que quedó a los asistentes fue cantar -o tararear- las canciones que sonaban, ya que el hecho de que fueran en inglés dificultó que pudieran hacerlo. Ello no fue impedimento para que el concierto acabara de la mejor manera posible: Con un público entregado, los cantantes agradecidos y el sol del mediodía iluminando la parte superior de la Pérgola y la alegría compartida de esta fiesta musical.

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